Errante una vez más. Para compensar los viajes por tierra, seis aviones en 5 días. El sacrificio personal en cada aeropuerto es en beneficio de la economía del país, es lo que me repito para convencerme de haber tomado la decisión correcta. Más de 12 horas en Aerolíneas Polleras del Norte que pudieron completarse en casi la mitad. Comer bien es el único beneficio. Sudoku, correos, siesta incómoda, son los pasatiempos preferidos. Lo peor de salir al extranjero, al norte para ser precisos, es la comparación. Las comparaciones son odiosas, decía mi abuela. Las comparaciones son necesarias si queremos encontrar lo que nos falta o conocer lo que no debemos hacer. Pero los viajes a este norte me inquietan porque, aunque no me dejo y sufro por mantener el objetivo fijo en un país donde no te dejan, me reafirman que es necesario enderezar el rumbo desde lo más básico, desde la raíz. El negrito cotorrea con las ucranianas, de seguro son del equipo nacional olímpico de gimnasia, a qué otro deporte se puede dedicar alguien de ese país a esa edad y con esa estatura. Quizá la diversidad sea la clave, donde la lluvia de ideas enriquece más. Pesadez, qué pesadez volver a deshojar la margarita de si sirve lo que haces o no sirve lo que haces. Me pregunto si un día llegaré al último pétalo, el primer año pasó y sigo sin comprender. Para júbilo no faltan motivos: primer aniversario propio, ocho aniversarios de dos, tres aniversarios de tres y el inicio de los cuatro. El aniversario propio promete, pero con calma. Perdí la cuenta de las esperas en este aeropuerto. Realmente no me gusta, hay mejores, mucho mejores. Tendré que comer en Chilis otra vez, el único restaurante bien puesto, donde no tienes que apurarte con la última papa frita. La taza de Starbucks está de buen tamaño, buen reemplazo para la que murió hace poco en casa. Las dos marcas son parte de lo que no me atrae de este norte, me atrae el ánimo, el respeto al trabajo, a la familia y su privacidad, a lo pragmático y claro, en estos tiempos, a su seguridad. Recuerdo, aunque me esfuerzo por no hacerlo, aquella central de la que hace poco escribí. Me pregunto cuántos viajeros de este aeropuerto han visitado aquella central de la capital de mi país. Ojalá pocos, la experiencia puede ser traumática, desoladora. Cuánto carrito vuelto gorro con ancianos. Las azafatas han dejado de ser guapas. Quizá la crisis afectó de alguna manera las contrataciones. Cuánto español se habla en este lugar de inglés oficial. Las conquistas culturales son muy lentas. Quizá sea la contraconquista, unas cosas por otras. Lo malo es que nosotros nos dejamos infiltrar por lo peor de esta cultura, de lo que hablaba antes nada. La diferencia es que ellos toman lo bueno que reciben o lo malo lo tornan positivo, productivo, lo transforman. Es hora de lo peor de aquí: la hora del tenedor de plástico. No entiendo cómo alguien puede comer con cubiertos de plástico, y no me refiero sólo a lo ambiental. Supongo que es un reflejo de la mala alimentación que los caracteriza, de la prisa por comer, de la flojera de cocinar, del desinterés para rendirle tributo a la actividad más básica humana. Y me quedo con la duda de saber a dónde pertenezco.
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