miércoles, 5 de noviembre de 2008

La Apuesta de Pascal

Blaise Pascal fue un tipazo que sabía mucho de muchas cosas. Entre sus gustos estaba la filosofía y la religión, de la cual ideó una "apuesta", así la llaman hoy, de porqué creer en Dios. La primera premisa es que si vives como Dios manda y al final resulta que Dios si existe, ya la libraste, de lo contrario no entrarás en el reino de los cielos. La segunda parte de la apuesta es que si viviste como Dios manda y resulta que no existe, no habrás perdido nada, es decir, el que actuó en contra de Dios no le pasó nada. Como resultado si uno actúa según las leyes de Dios lleva ventaja en caso de cualquiera de las dos premisas.

Cuando me piden platicar sobre el cambio climático utilizo esta apuesta pero con las premisas de que A) si habrá un cambio climático antropogénico y B) que no lo habrá. La siguiente tabla lo esquematiza:
Es decir, si actuamos en favor de nuestro ambiente podemos: 1. reducir el daño o 4. haremos un gasto que en el peor de los casos habrá generado tecnología útil para nuestra sociedad; si por lo contrario no actuamos cuidando nuestro entorno: 2. viviremos en un planeta azotado por desastres naturales sin precedente o 3. ahorraremos una lana que bien podría ser utilizada para otros fines. Este último argumento puede sonar razonable y es la excusa de muchos para no hacer nada.
Reflexionemos de una manera sencilla sobre el punto 3. y las posibles ventajas de destinar esos recursos a programas sociales y de desarrollo. Un ejemplo muy representativo es la revolución industrial que se enmarca alrededor del siglo XIX. Muchos creyeron que como las máquinas iban a realizar tareas difíciles en menor tiempo, tendríamos el tiempo suficiente para mejorar nuestro estilo de vida, para buscar enriquecer nuestro espírituo o para desarrollar otras habilidades, que hoy llamamos hobbies. Además, se podría enviar bienes y alimentos a lugares distantes y sería, por si sola, una solución a los problemas de pobreza y desigualdad. Ah, cómo se equivocaron todos, incluso Marx quien agradece la labor del capitalismo (un mal necesario) para el desarrollo de las máquinas que dominarán la tierra. Lo mismo pasó con los pensadores e ideólogos económicos de la posguerra (hablo de la 2a Guerra Mundial) que dirían que la economía de mercados, la producción de excedentes, generaría riqueza para todos. El ejemplo más reciente que me viene a la mente es sobre los alimentos genéticamente modificados, los cuales ofrecerían semillas resistentes a las sequías, heladas, inundaciones, plagas, y demás desastres que afectan a los países más pobres, aminorando sus pérdidas en producción agrícola y mejorando la calidad de vida de sus habitantes. Lo que no pensaron (o no quisieron decir o creer) es que la modificación genética tiene, además de problemas básicos de impacto ambiental, una pertenencia respaldada por las patentes. Esas patentes cuestan mucho, primero, por la inversión en el desarrollo del producto y luego por la protección de sus derechos de manera legal.
El resultado de todo esto: máquinas que producen objetos de difícil acceso para todos; objetos inútiles, como la mayoría de los productos de los que nos rodeamos en la actualidad; y, alimentos fuertes que tienen un costo muy elevado. Me pregunto dónde quedó la igualdad de acceso a los bienes y servicios básicos de subsistencia, dónde está el tiempo libre para recrearnos, quién vive del trabajo y no vive para trabajar. Muchos tendrán su país o época histórica favorita donde la vida parezca mejor, pero ¿lo fue? Es muy fácil derrumbar teorías de épocas mejores pasadas, de civilizaciones más equilibradas y avanzadas. No se si algún día encontraremos esa manera equilibrada y justa de vivir y convivir.
Por lo pronto yo le apuesto a la Apuesta de Pascal, cada quien viviendo de acuerdo a su propio dios, pero todos viviendo de acuerdo a su propio planeta, que es el mismo.

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