Durante sus treinta años de vida (se terminó de construir en 1971), la Casa Cóndor se probó, en voz de una de sus habitantes, Janice Kelly, como un lugar de espacios comunes para el cotorreo informal e intelectual, como una sala de música digna de un oratorio profano, y sobre todo, como la expresión propia de una familia que quiso vivir en “su propia casa”, comprendida en la mente de un arquitecto.
Me gusta esta casa Cóndor, es extraña, orgánica, muy pero muy original. Lástima que no encontré fotos que pudiera utilizar en la web. Las fotos que conozco son de la revista Casas y Gente (Vol. 23, No. 225, pp 36-41) y no debo meterme en broncas de derechos. Mejor les platico un poco de las formas irregulares de las ventanas, de las mamparas de concreto en forma de olas que guían a los carros a la entrada principal, de los techos curvos (bóvedas irregulares se podrían llamar), de las grandes alturas de entrepiso, los jardines que la rodeaban, de los muros, columnas, escalones, escaleras y demás elementos que con sus curvaturas impredecibles daban fluidez a los espacios habitables.
Y como debía ocurrir, la derrumbaron. Otro inquilino la hubiera profanado. No podía ser de otra manera, la casa de los Kelly era de ellos y de nadie más: hecha a la medida de sus habitantes, según su personalidad, sus necesidades y caprichos. This house is made by its own needs, parafraseando a Ayn Rand (ver mi entrada del 6 de junio 2008). Y aunque sólo queden fotografías, prefiero que así sea.
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