Mucho he pensado en lo utópico que sería que cada persona habitara solamente una casa hecha o mandada hacer para sí misma. Que cada habitación tuviera la distribución y dimensión acordes al individuo o familia que la habita y no a las necesidades colectivas de una sociedad o a las leyes del mercado. Lo contrario de lo utópico es lo realista, la arquitectura de moda, “la que se está usando”. La moda de ahora o la moda de hace 20 años, me da igual. La producción en serie de ciertos patrones estéticos, que más bien fueron y son patrones económicos (alta rentabilidad en su venta), es inherente a cada época de la historia. El individuo tiene que adaptarse a ese espacio y no al revés.
Creo en la importancia del espacio individual, propio, suficiente. Mucho se ha hablado de los problemas psicológicos y de desarrollo familiar e individual que produce el hacinamiento. Se construyen multifamiliares, pequeñas ciudades, fraccionamientos de interés social o medio que así han sido dispuestos desde los escritorios de los trajeados. Los gobernantes e inversionistas defienden dichas ratoneras con el tradicional “por lo menos tienen algo propio dónde vivir”, o el mejor aún, “por lo menos tienen un techo sobre sus cabezas”. Otra opción, harto vista en México, es la arquitectura remendada, amontonada, defectuosa e inútil, casas diseñadas y construidas quizá por el compadre que es re buen maistro. Esto sería hilarante, de no ser por las miles de personas que sobreviven (porque eso no es vivir) de esta manera: la gruesa clase media mexicana. Ocioso sería hablar de los que no tienen ni eso.
Vuelvo a lo utópico. Así como se habla de la educación y la salud como un derecho de todo ser humano, creo que el pedazo de terreno donde uno puede crear su propio espacio para vivir, convivir, recrearse y desarrollarse, debería también ser un derecho universal.
Creo en la importancia del espacio individual, propio, suficiente. Mucho se ha hablado de los problemas psicológicos y de desarrollo familiar e individual que produce el hacinamiento. Se construyen multifamiliares, pequeñas ciudades, fraccionamientos de interés social o medio que así han sido dispuestos desde los escritorios de los trajeados. Los gobernantes e inversionistas defienden dichas ratoneras con el tradicional “por lo menos tienen algo propio dónde vivir”, o el mejor aún, “por lo menos tienen un techo sobre sus cabezas”. Otra opción, harto vista en México, es la arquitectura remendada, amontonada, defectuosa e inútil, casas diseñadas y construidas quizá por el compadre que es re buen maistro. Esto sería hilarante, de no ser por las miles de personas que sobreviven (porque eso no es vivir) de esta manera: la gruesa clase media mexicana. Ocioso sería hablar de los que no tienen ni eso.
Vuelvo a lo utópico. Así como se habla de la educación y la salud como un derecho de todo ser humano, creo que el pedazo de terreno donde uno puede crear su propio espacio para vivir, convivir, recrearse y desarrollarse, debería también ser un derecho universal.
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