Ya está la campaña para donar un tantito a Wikipedia, que yo creo que no será nunca suficiente comparado con lo que nos ha dado.
Con este botón pueden donar:
El Manantial
viernes, 19 de noviembre de 2010
Ándele, no sea codo
viernes, 3 de septiembre de 2010
¿Ahora que voy a leer cada mañana?
Comencé a leer su columna hace 10 años, todavía con conexión Dial-up que teníamos en mi oficina y no había suscripción por leer el Reforma por internet. Durante casi 2 años lo he leido en mi BlackBerry. La tecnología acelerada y Germán siempre con su vital pluma, sin envejecer, siempre el mismo, pero siempre actual. Ya no sé qué leeré cada día a las 7 am.
Ojalá editen un libro con todas sus columnas del Reforma y me leo una cada día.
Descansa en paz Germán Dehesa.
Ojalá editen un libro con todas sus columnas del Reforma y me leo una cada día.
Descansa en paz Germán Dehesa.
domingo, 29 de agosto de 2010
Crónica de aeropuerto
21 de agosto 2010
viernes, 13 de agosto de 2010
Economía Verde - A Bordo de la Ciencia TV
Tema: Economía verde- esta propuesta que difunde Green for All, creado por Van Jones, plantea un nuevo enfoque ambiental-social de la economía.
Co-producción: A Bordo de la Ciencia TV - TV Universidad Autónoma de San Luis Potosí
Guión: Marcos Algara Siller
Producción: Jalil Gómez
Transmisión: XHSLS, Canal 9, San Luis Potosí.
Fecha: Julio de 2010.
Etiquetas:
A Bordo de la Ciencia,
ambiental,
ciencia,
economía,
Producción,
Social,
UASLP
jueves, 5 de agosto de 2010
Crónica de central
Me dan ganas de cruzar con los ojos cerrados. No quiero ver, oler ni sentir. Desde siempre siento lo mismo en esta estación. Aquí se mezclan y acentúan los olores de cada mexicano. No son olores agradables, corresponden al carácter de sus portadores: desorden, desinterés, profundo egoísmo y agandalle, suciedad, impuntualidad. ”Familia López, favor de abordar su camión con destino a San Luis Potosí, estamos a punto de salir”. Tarde la familia, tarde el chofer. Un chavito de escasos 15 años me revisa por si traigo pistola. ¡Sólo tiene 15 años! Supongo que es mejor esto a que él traiga la pistola en la calle. “¿Qué le doy de tomar?”, “agua por favor”. Recuerdo la primera vez que subí a un flamante autobús de lujo. No había televisiones planas. Encogieron, es cierto, pero a cambio el interior ya no huele decentemente como antes. Al subir me topo con otro retén de armas de fuego. Por lo menos el inspector es mayor de edad. Me pregunto qué habrá estudiado, ¿siquiera la prepa? La chica de los boletos, tan decente aquí, podría convertirse en Emo por las noches y así poder sufrir amargamente el no poder encontrar su espacio en este país, o quizá este es su espacio, aunque ella y los demás lo descuiden. Al menos el interior no es tan oloroso como el autobús de la mañana. Espero ya no pasen dos películas repetidas. Lo bueno de hoy fue sin duda la comida en Coyoacán. Carlos me contó del juicio a Cortez por la sospecha de haber matado a su esposa al volver de Cuba. Ella murió por encabronamiento, dice Carlos que dice el reporte. El equipo CSI Virreinal no pobró nada. Sospechamos, según el relato que escuché, que la envenenó para que muriera en su cama durante la noche. Dice la canción “pinche Malinche” y no lo dudo, se lo bajó. Me alejo del lugar que me baja el ánimo, sólo vamos 10 minutos tarde, es decir, vamos a tiempo. Dejo las calles invadidas por puestos de comida. Me pongo a imaginar si no caminé cerca de un narco o por lo menos de un raterillo. Me siento ahora a salvo. Bueno, es un decir. Por segunda vez en el día mis audífonos no funcionan, ahora que no había visto la película de caricaturas. Así está el país, funciona a medias. No lo dejamos arrancar y si alguien está suficientemente loco, lo frenamos, no vaya a ser que nos rebase, que el país entero nos rebase y nos haga ver mal. Mejor así.
viernes, 9 de julio de 2010
Cámara nueva
Después de utlizar una Nikon F3 desde la secundaria y hacer todo el trabajo sucio de revelado e impresión en blanco y negro en un laboratorio prestado, por fin, luego de muchos años compré otra Nikon, ahora digital, la D5000, la cual promete mucho. Así lo espero porque no es tan barata. Debido a que mi atención se ha concentrado a la producción de A Bordo de la Ciencia Radio, Web y TV, ahora dedicaré este blog a la fotografía.
Va algo de lo que he hecho con este juguete nuevo.
Va algo de lo que he hecho con este juguete nuevo.
"Sin una luz"
martes, 20 de abril de 2010
De lo mejor de la semana
Acabo de leer una nota de la agencia AP sobre las declaraciones del clérigo Hojatoleslam Kazem Sedighi:
"No hay otra solución que refugiarnos en la religión y adaptar nuestras vidas a los códigos morales del islam"... y esto a colación ¿de qué?...ahhhhhh, pues resulta que el presidente Mahmud Ahmadinejad previó un sismo en Teherán, la capital Irán, por lo cual habría que evacuar a millones de sus habitantes. Entonces el clérigo opinó que las "las mujeres que lucen ropas reveladoras y son muy promiscuas son la causa de los sismos" (AP/Beirut).
Ohhh, entonces a los Haitianos les fue tan mal porque, dentro de su gran miseria, en medio de sus grandes problemas políticos, las mujeres se dan el lujo de vestirse seductoras y dedicarse a la vanidad y por eso ¡Zaz! que les cae un mega temblor. No quiero saber qué pasará en San Luis Potosí cuando por fin entre la temporada cálida y las bellas potosinas salgan a las calles en atuendos provocativos. Así las cosas, prefiero vivir en una Sodoma moderna que evitar un temblor y ver a media población cubierta en burka.
"No hay otra solución que refugiarnos en la religión y adaptar nuestras vidas a los códigos morales del islam"... y esto a colación ¿de qué?...ahhhhhh, pues resulta que el presidente Mahmud Ahmadinejad previó un sismo en Teherán, la capital Irán, por lo cual habría que evacuar a millones de sus habitantes. Entonces el clérigo opinó que las "las mujeres que lucen ropas reveladoras y son muy promiscuas son la causa de los sismos" (AP/Beirut).
Ohhh, entonces a los Haitianos les fue tan mal porque, dentro de su gran miseria, en medio de sus grandes problemas políticos, las mujeres se dan el lujo de vestirse seductoras y dedicarse a la vanidad y por eso ¡Zaz! que les cae un mega temblor. No quiero saber qué pasará en San Luis Potosí cuando por fin entre la temporada cálida y las bellas potosinas salgan a las calles en atuendos provocativos. Así las cosas, prefiero vivir en una Sodoma moderna que evitar un temblor y ver a media población cubierta en burka.
sábado, 30 de enero de 2010
Límites para ser libre
En El Testigo (Villoro, 2007), Julio Valdivieso participa en una discución sobre el poeta Ramón López Velarde, razón por la que regresa a México luego de veinticuatro años de autoexilio en Europa. El padre Monteverde, orador principal del trío que completa Donasiano, reflexiona animadamente sobre el poeta. Me llamó la atención lo siguiente:
"¿Qué sería de los poetas sin los límites morales? Los obstáculos fomentan raras soluciones. Piense nomás en lo que se ha dicho gracias al soneto, que obliga a ser libre entre catorce rejas. Lo mismo se puede decir de la moral, ¡es la métrica del cielo!...No crea que voy a hacer una defensa de la represión para justificar las heridas de amor. Lo decisivo es que el sexo sólo es poético si se convierte en un canijo problema."
Juan Villoro, 2007, El Testigo, Anagrama, Barcelona, primera edición 2004, p 86.
"¿Qué sería de los poetas sin los límites morales? Los obstáculos fomentan raras soluciones. Piense nomás en lo que se ha dicho gracias al soneto, que obliga a ser libre entre catorce rejas. Lo mismo se puede decir de la moral, ¡es la métrica del cielo!...No crea que voy a hacer una defensa de la represión para justificar las heridas de amor. Lo decisivo es que el sexo sólo es poético si se convierte en un canijo problema."
Juan Villoro, 2007, El Testigo, Anagrama, Barcelona, primera edición 2004, p 86.
martes, 12 de enero de 2010
Crónica de autobús
El camión, como fácilmente le decimos al autobús, está retrocediendo lentamente, un poco retrasado. Por fortuna la mayoría de los asientos están vacíos y comienzo a urdir una sigilosa movilidad nocturna para tolerar las horas que no pueda dormir. Apuesto que la chica que subió llorando con su novio o recién esposo va a viajar al extranjero, quizá para estudiar un posgrado; lo deduzco por las maletas que él carga, una grande para ella y otra un poco más pequeña para él, como siempre sucede. Me pregunto qué pasaría si las mujeres estuvieran condenadas a viajar sin la ayuda masculina, quizá sus aditamentos se verían reducidos al mínimo necesario. No importa, fue un pensamiento que interrumpió a un recuerdo, a mi propio recuerdo, yo mismo cargando un equipaje similar y mi esposa llorando ante la mirada de la madre que ve partir temporalmente a su hija mayor, la primera en salir de casa.
Ahora se refleja el monitor de mi computadora sobre la ventana del primer asiento que he invadido. La sirena de una patrulla se acerca y aleja tan rápido que no logro adivinar su dirección. La sensación del estómago que se prepara para una jornada de comidas irregulares me acecha y merodea un rato. Es una seudo sensación, cobarde, diría yo, no se atreve a molestar por completo, pero deja el temor del malestar por venir y obliga a hacer el cálculo mental del tiempo necesario para alcanzar las pastillas para el alivio y conseguir un poco de agua. Esa decisión, tomar o no una pastilla, anticiparse al dolor que hace sudar la frente, es una apuesta riesgosa. Me la juego por la seudo-sensación y sigo impávido en mi butaca, palabra que siempre he querido utilizar para el asiento de un autobús, al fin y al cabo, ahora todos los servicios de pasajeros cuentan con cine permanencia involuntaria.
Un trapecio deforme reluce de mis lentes con el brillo del monitor y su reflejo se coloca casualmente, sobre el vidrio que da al exterior, junto a un embrumado cuarto creciente. Dejo el teclado, releo el texto y el exterior se ha convertido en obscuridad absoluta. Hemos dejado la zona industrial; claro, hace rato vi pasar las iluminadas torres de la penitenciaría que son la despedida y bienvenida a mi ciudad por el acceso más concurrido. El interior de la autonave, palabra que también he querido utilizar porque la he visto escrita en cierta línea de autobuses, también está oscuro. Jeroglíficos o runas antiguos se dibujan mediante lucecitas en cada asiento, mientras el reloj se aproxima a la medianoche y la temperatura marca veinte grados centígrados. Me refiero a la temperatura exterior, por supuesto, ya que estamos en pleno otoño del altiplano, mientras que la sensación interior es más bien cálida, por arriba de los veinticinco grados centígrados. Tengo calor. La ventila superior está cerrada.
Me sorprende pensar en la facilidad con que la profesión de una persona, en este caso mi profesión, se inmiscuye en cualquier situación. Me sorprende darme cuenta cómo una consideración tan simple como la temperatura exterior me recuerda la ciencia de el fenómeno de El Niño que con tanto afán he estudiado y lleva mis pensamientos a consideraciones como la sequía, pronósticos climáticos y, en una noche tan solitaria como esta, en las predicciones futuras de un clima inhóspito, cruel y desolador. Mientras, yo sigo consumiendo esta sucia energía eléctrica que hace funcionar mi computadora en esta tarea de desfogar mi cerebro. Lo ambiental me delata mientras me distraigo nuevamente e intento leer el texto que Da Vinci hubiera escrito digitalmente si hubiera podido y que ahora mismo advierto en el reflejo de la multicitada ventana.
Vuelta y vuelta, sanitario, vuelta y vuelta otra vez en mi butaca. Llegamos sin contratiempos, más bien con favortiempos, si es que es posible este vocablo, una media hora antes. Aletargados - todos los pasajeros estamos por lo menos cuatro horas antes de la hora de despegar -, caminamos hacia los mostradores de la aerolínea. Faltan horas para abordar y pido un vainilla latte de Starbucks para acompañar la media baguette que anoche preparó mi esposa con ese delicioso pan estilo rústico que de vez en cuando encontramos, extrañamente preparado por una trasnacional gringa. No tengo hambre y el sueño va apareciendo, primero sigilosamente, apenas perceptible, ahora con mayor pesadez, esa pesadez que adhiere los pies al suelo, reduce la velocidad de los actos y pide reposo. Extraño los asientos de aeropuerto donde los descansabrazos se pueden levantar para convertirse en catres públicos. Los del Aeropuerto de la Ciudad de México no permiten ni posición cochinilla. Sé que el avión no será más cómodo. Los gringos detrás de mí se carcajean con un video casero tomado con su teléfono celular y apenas alcanzo a escuchar que lo van a subir a Youtube. Es un video casero de algún amigo enojado por una broma en casa y con eso pretenden seguir llenando de basura la red.
Pienso en Obama. Mi destino requiere de escala en Washington y me pregunto si mi avión sobrevolará por la cabeza del presiente negrito que tan bien me cae. Espero que las decisiones que esté tomando en ese momento sean las más adecuadas. Mi primo Rafael también ha de estar pululando por algún lugar del District of Columbia.
*25 de octubre 2009
Ahora se refleja el monitor de mi computadora sobre la ventana del primer asiento que he invadido. La sirena de una patrulla se acerca y aleja tan rápido que no logro adivinar su dirección. La sensación del estómago que se prepara para una jornada de comidas irregulares me acecha y merodea un rato. Es una seudo sensación, cobarde, diría yo, no se atreve a molestar por completo, pero deja el temor del malestar por venir y obliga a hacer el cálculo mental del tiempo necesario para alcanzar las pastillas para el alivio y conseguir un poco de agua. Esa decisión, tomar o no una pastilla, anticiparse al dolor que hace sudar la frente, es una apuesta riesgosa. Me la juego por la seudo-sensación y sigo impávido en mi butaca, palabra que siempre he querido utilizar para el asiento de un autobús, al fin y al cabo, ahora todos los servicios de pasajeros cuentan con cine permanencia involuntaria.
Un trapecio deforme reluce de mis lentes con el brillo del monitor y su reflejo se coloca casualmente, sobre el vidrio que da al exterior, junto a un embrumado cuarto creciente. Dejo el teclado, releo el texto y el exterior se ha convertido en obscuridad absoluta. Hemos dejado la zona industrial; claro, hace rato vi pasar las iluminadas torres de la penitenciaría que son la despedida y bienvenida a mi ciudad por el acceso más concurrido. El interior de la autonave, palabra que también he querido utilizar porque la he visto escrita en cierta línea de autobuses, también está oscuro. Jeroglíficos o runas antiguos se dibujan mediante lucecitas en cada asiento, mientras el reloj se aproxima a la medianoche y la temperatura marca veinte grados centígrados. Me refiero a la temperatura exterior, por supuesto, ya que estamos en pleno otoño del altiplano, mientras que la sensación interior es más bien cálida, por arriba de los veinticinco grados centígrados. Tengo calor. La ventila superior está cerrada.
Me sorprende pensar en la facilidad con que la profesión de una persona, en este caso mi profesión, se inmiscuye en cualquier situación. Me sorprende darme cuenta cómo una consideración tan simple como la temperatura exterior me recuerda la ciencia de el fenómeno de El Niño que con tanto afán he estudiado y lleva mis pensamientos a consideraciones como la sequía, pronósticos climáticos y, en una noche tan solitaria como esta, en las predicciones futuras de un clima inhóspito, cruel y desolador. Mientras, yo sigo consumiendo esta sucia energía eléctrica que hace funcionar mi computadora en esta tarea de desfogar mi cerebro. Lo ambiental me delata mientras me distraigo nuevamente e intento leer el texto que Da Vinci hubiera escrito digitalmente si hubiera podido y que ahora mismo advierto en el reflejo de la multicitada ventana.
Vuelta y vuelta, sanitario, vuelta y vuelta otra vez en mi butaca. Llegamos sin contratiempos, más bien con favortiempos, si es que es posible este vocablo, una media hora antes. Aletargados - todos los pasajeros estamos por lo menos cuatro horas antes de la hora de despegar -, caminamos hacia los mostradores de la aerolínea. Faltan horas para abordar y pido un vainilla latte de Starbucks para acompañar la media baguette que anoche preparó mi esposa con ese delicioso pan estilo rústico que de vez en cuando encontramos, extrañamente preparado por una trasnacional gringa. No tengo hambre y el sueño va apareciendo, primero sigilosamente, apenas perceptible, ahora con mayor pesadez, esa pesadez que adhiere los pies al suelo, reduce la velocidad de los actos y pide reposo. Extraño los asientos de aeropuerto donde los descansabrazos se pueden levantar para convertirse en catres públicos. Los del Aeropuerto de la Ciudad de México no permiten ni posición cochinilla. Sé que el avión no será más cómodo. Los gringos detrás de mí se carcajean con un video casero tomado con su teléfono celular y apenas alcanzo a escuchar que lo van a subir a Youtube. Es un video casero de algún amigo enojado por una broma en casa y con eso pretenden seguir llenando de basura la red.
Pienso en Obama. Mi destino requiere de escala en Washington y me pregunto si mi avión sobrevolará por la cabeza del presiente negrito que tan bien me cae. Espero que las decisiones que esté tomando en ese momento sean las más adecuadas. Mi primo Rafael también ha de estar pululando por algún lugar del District of Columbia.
*25 de octubre 2009
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